calle setenta y siete

 mi vecino toca el cello

con la ventana abierta,

hay que levantar la vista y pasar cerca de sus puertas

para notar que está ahí,

en medio del ruido de los autos

o más que en medio a un costado;


toca con la ventana abierta

y enfrente está la vieja bicicletería

color marrones,

con viejas pelotas de fútbol remendadas,

olvidadas por niños en décadas pasadas;

también tiene bicicletas pequeñas

semioxidadas y un televisor con turismo carretera,

almanaques con tinte de almanaque

pintado por el tiempo

el sol parece pegar en su cenit

justo en la bicicletería

que espera sus rayos y sus clientes

 y dora la piel del bicicletero y su ayudante;


enfrente

el vecino del cello

parece congelado

en su ventana fría 

blanca y abierta

con los postigos hacia la calle

y su música pasa

a través del vidrio y muy atrás

al otro lado de la sala

se sienta y dispersa

sus ondas sonoras encantadoras 

para el hábil peatón

que se equilibra con paraguas entre las baldosas flojas,

de un barrio con 

baldosas flojas de un barrio con

corrientes de agua en la tormenta que no permiten

pasar

ileso a tomar el colectivo,

y pasan los colectivos y

empieza el ruido de la calle a 

colarse por todas las ventanas

abiertas de los vecinos,

que no todos levantan,

y un caniche pasea

medio sucio;


sería

maravilloso si pudiera

decir qué pieza musical está tocando

el vecino cellista,

daría a este poema descriptivo

quizás un tono,

pero dejo que se arme

la imagen como sea,

para mí un poco barrosa,

con tierna y fresca hojarasca

que también tiene olor,


y pienso

a dónde me armaré

sobre mi sacro,

a dónde armaré mi postura o

pondré mis cimientos dónde

con un piano de fondo por ejemplo

veré mi pelo encanecerse

mis fotos personales impresas

perder color

como aquella donde de bebita

tomo sol con jazmines y

como es mi preferida se ha arruinado

como las remeras

que usamos hasta para dormir,


me siento abrazada por lo usado

lo que hice mío,

y miro medio fría lo ajeno

aunque penetrando

con el aguijón corazón

en ese núcleo miel

dulce de los días,

tomo un poco de calor

de la belleza

como quien busca una hogaza de pan

o sirve un té

porque esta vida es tan bruta cuando quiere,

y las mañanas se embrutecen

en el apuro del día y a veces quiero

que te detengas

a veces quiero que te detengas

a observarme

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